martes, 19 de mayo de 2009

EL PAISAJE

por Gustavo Callegaris.



Hace ya muchos años que mi cámara y yo deambulamos entre las arrugas de este lindo planetita. En un principio no dejábamos de maravillarnos por los sitios que la naturaleza nos arrojaba en cada ciclo en que el ojo se ciega y el obturador se abre.
Así pasamos varios años en compañía de lugares maravillosos, iluminados con la imponencia y el descaro con que el sol es capaz de confabularse tantas veces con las nubes, el cielo, el agua, las piedras o lo que sea que ande cerca de nuestras mentes ávidas de eventos maravillosamente cotidianos, pero a veces tan invisibles.

Siempre, desde mis comienzos con esta linda compañera (mi cámara), me atrajo el poder de la luz sobre las cosas y sobre mis sensaciones.
Siempre que estoy fotografiando en la naturaleza lo primero en lo que reparo es en la luz que se impone sobre el escenario, luego son las formas que se van acomodando a los toques de las luces y las sombras y por último busco las composiciones. Trato invariablemente de no someter la generación de una fotografía al aspecto técnico, siento que si algo de lo que tengo frente a mi mueve la campanita del asombro, la emoción y la intuición se hacen cargo del papelerío formal de la composición.
Si bien es inevitable para un fotógrafo dominar las claves técnicas para poder manejarse en el campo creativo, una vez establecido ese dominio debe servir para manejar todas esas normas y no para ser manejado y condicionado por ellas.
En estos últimos años, tras mucho andar metido con el paisaje, los sitios han comenzado a aceptarme y compartimos ya mucho más que las fotos que me llevo de cada uno de ellos.
El paisaje me transforma, me enseña a pensar, deja que mi mente se ponga tan ancha como sus increíbles horizontes, que se ilumine con el resplandor de sus indescriptibles luces.
Empecé a ver los lugares con un doble sentido, como si al cerrar un ojo y apoyar el otro sobre el visor de la cámara pudiera mirar con uno hacia fuera y otro hacia adentro.
Encontré que en cada lugar hay mucho más de lo que vemos a simple vista, que muchas cosas se explican fuera de los confines de lo obvio.

El mundo natural me enseñó que siempre que me llevo una foto del paisaje es solo una parte, el resto se revela únicamente si nos zambullimos al otro lado de la línea, en el micropunto que de un trazo abre una rajadura invisible hacia los desnudismos de la intuición.
Las fotos que siguen son un paso en ese camino, en la dirección del sonido que escuchamos tan claro pero que no sabemos ciertamente desde donde llega o a donde nos conduce.
En todas las imágenes existe una mitad a simple vista y otra mitad que sólo se pone en foco si coincide al encontrarse con nuestras búsquedas, son las asimetrías que construyen la realidad de las visiones personales.

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